Cada cierto tiempo llega a Occidente alguna noticia sobre la creciente deshumanización de la sociedad japonesa, dominada por un índice altísimo de competitividad agresiva, suicidios y enfermedades psicológicas, también en la infancia. Este panorama desolador se aprecia también en «Nadie sabe», durísima película del japonés Hirokazu Koreeda, presentada en el Festival de Cannes 2004, donde su protagonista, el niño Yuya Yagira, ganó el Premio al mejor actor.
Inspirada en hechos reales acaecidos en 1988, la película relata la tragedia de cuatro hermanos -los niños Akira y Shigeru, y las niñas Kioko y Yuki-, todos de padres diversos y sin ningún tipo de escolarización. En Tokio se instalan con su madre en un diminuto apartamento alquilado, sin que los vecinos conozcan más que al hermano mayor -de doce años-, pues no admitirían a los otros tres. Éstos, por tanto, no salen nunca de la casa ni se asoman a las ventanas, y ocupan el tiempo con inocentes juegos. La situación llega a un punto límite cuando un día la madre desaparece y deja al mayor al frente de la prole, con unos cuantos billetes para los gastos.
Al hilo del paso de las estaciones, Hirokazu Koreeda recrea esta historia dantesca con un sobrio hiperrealismo, casi nada morboso, muy poco elaborado desde el punto de vista dramático, y más cercano al documental que a la ficción. Ciertamente, su retrato de la prosaica cotidianidad de estos sufridos chavales resulta a veces tedioso, y desde luego hubiera mejorado rebajando a la mitad los 141 minutos que dura la película. Además, esa atmósfera opresiva se enrarece aún más con la escasez de contrapuntos de humor y de referencias humanizadoras, que oxigenen el indignante egoísmo de la madre y los vecinos. De todas formas, las interpretaciones de los niños son sensacionales y hacen olvidar a menudo esos defectos, entre otras cosas porque sus impaciencias, sufrimientos, luchas y silencios, muy bien subrayados por la emotiva banda sonora, son elocuentes argumentos del grito desgarrado que lanza la película a favor de una profunda regeneración moral de la sociedad japonesa y, por extensión, de todas las sociedades desarrolladas.