Oliver Stone (JFK, Asesinos natos) ofrece un nuevo collage de formatos de cine y vídeo, en color y blanco y negro, sobre la vida de Richard Nixon, el único presidente norteamericano que se ha visto obligado a dimitir. Stone entremezcla con habilidad imágenes de un angustiado Nixon, que escucha una de las muchas cintas que grabó de sus conversaciones, con otras de su humilde pasado familiar -su padre era un sencillo tendero- y de la carrera política que le lleva a la presidencia.
Se intenta dar al personaje de Nixon -bien encarnado por Anthony Hopkins, excepto en algún forzado tic- dimensiones shakespearianas, que aunque configuran un carácter rico en matices, seguramente no le hacen justicia. Si Hamlet era dubitativo, Macbeth ambicioso y Otelo celoso, Nixon -según Stone- fue mentiroso, terco y atormentado; con complejo de inferioridad, siempre envidió el carisma de JFK; toda su política fue turbia, y se implicó en operaciones ilegales con grupos anticastristas y la mafia. Sólo su pragmatismo al relacionarse con China y Rusia, y alguna brillante actuación personal, aparecen en el haber de Nixon.
En el confuso inicio de la película, Stone bombardea nombres de personas involucradas en el Watergate. Luego encauza el relato con un formato de film biográfico al que hay que reconocer su agilidad. En cuanto al rigor histórico, ésa es otra cuestión. El director hila datos ciertos e hipótesis aventuradas, como ajustando cuentas con la historia reciente de su país, con una convicción algo presuntuosa de estar cerca de la verdad. Aunque al principio advierte de los aspectos no probados del film, varias escenas revelan lo que Stone llama «especulación informada». Su juicio «no deje la historia a los historiadores; a ellos y a los que tienen algo que ocultar les encantaría que los ciudadanos renunciáramos a saber y confiáramos en ellos sin más» parece, como poco, apasionado. JFK discurría por estos derroteros, pero al menos su centro de atención era una investigación y no el perfil de un personaje; aquí se especula mucho sobre Nixon: en el carácter, en la relación con su madre y su esposa, en su concepción de la política…
La pasión con que Oliver Stone expone sus ideas le lleva a lo mejor y a lo peor: consigue algunos momentos emotivos, como la plegaria de Nixon después de su dimisión; pero otros rozan el ridículo, como su visita de ensueño al Memorial Lincoln. De esta película se deduce que para abordar con objetividad las luces y sombras de Nixon aún tiene que llover mucho.
José María Aresté