Ante la presión internacional, el dictador chileno Augusto Pinochet organiza en 1988 un referéndum de apoyo a su presidencia, con libertad para hacer campaña en contra. Un joven y atrevido ejecutivo publicitario será el encargado de convencer a los votantes para que digan no.
Esta tragicomedia chilena opta al Oscar 2012 al mejor filme en lengua no inglesa. Con ella, Pablo Larraín (Fuga) completa su Trilogía de la Dictadura –iniciada con Tony Manero y Post-Mortem– y se consolida como el cineasta chileno más destacado en la actualidad. Desde el punto de vista formal, acierta Larraín al narrar la historia como si fuera un reportaje periodístico, con permanente cámara en mano y abundantes fragmentos documentales, incluida la aparición de un expresidente de la República. Esta opción narrativa hace que su puesta en escena e incluso las interpretaciones parezcan un tanto descuidadas; pero favorece la veracidad de la historia e imprime a la película una creciente progresión dramática, que capta la atención del espectador.
El otro acierto de Larraín es haber adoptado una perspectiva decididamente antipinochetista, pero nada ideológica y sin recurrir demasiado a la caricatura cruel o al trazo grueso en sus retratos de los defensores del general chileno o de los sectores más radicales de la oposición. En este sentido, No adopta el mismo tono tragicómico, ponderado, inteligentemente irónico y positivo de la propia campaña publicitaria que recrea, cuya eficacia es una de las causas de que Chile lleve más de veinte años viviendo en democracia. El resultado es una película interesante, entretenida y nada enfática, alejada de los apolillados panfletos de hace décadas.