Enrique Urbizu sigue con su género favorito, el thriller, donde ha entregado títulos tan estimables como La vida mancha y La caja 507. Su nueva película es digna, pero no memorable.
La historia arranca con un inspector de la policía borrachuzo, Santos Trinidad, que en un garito nocturno madrileño se lleva por delante a tres personas relacionadas con las mafias colombianas del narcotráfico. La sensación inicial es que tal acción está pura y simplemente relacionada con su bajo estado de ánimo y los problemas con el alcohol; pero hay algo más, un hecho del pasado que marcó su declive profesional y personal. Por otro lado tenemos a la juez Chacón, que investiga estos tres asesinatos. Ella se entera de que las víctimas habían formado parte de una investigación de narcóticos, que luego había pasado a una unidad especial de contraterrorismo internacional, pues se habían advertido conexiones con células yihadistas.
La narración de Urbizu y Michel Gaztambide discurre espesa, algo cansina, con estética sucia. En algún momento viene a la cabeza El crack de Garci. Las pretensiones de apuntar al terrorismo islámico, en que un atentado como el que sacudió a Madrid el 11-M puede ponerse en marcha en cualquier momento y lugar, a la vuelta de la esquina, a pesar de su punto de ingenio parecen un poco metidas con calzador en la trama de un antihéroe en horas bajas. José Coronado está correcto, aunque su personaje no crece y las escenas cosiéndose las heridas a lo Sylvester Stallone en Rambo, versión cañí, sobran.