Adrienne es una bella mujer, madre de una adolescente rebelde y un niño. Su marido la abandonó hace meses y ahora le pide una segunda oportunidad. Para aclarar las ideas, Adrienne sustituye unos días a su mejor amiga al frente de un singular hotel, en plena playa de Rodanthe (Carolina del Norte). Allí conoce a Paul, un prestigioso cirujano, en crisis tras la muerte de un paciente y la huida de su hijo a la selva ecuatoriana como médico voluntario.
Este melodrama de George C. Wolfe tiene las virtudes y los defectos de otras adaptaciones de novelas de Nicholas Sparks. Al igual que Mensaje en una botella, Un paseo para recordar o El diario de Noa, Noches de tormenta afronta conflictos dramáticos y morales de interés, desarrollados con fluidez y emotividad, y encarnados en unos personajes bien perfilados, que facilitan el lucimiento de los actores. Aquí, da gusto ver a Richard Gere y Diane Lane en un paraje precioso, magníficamente fotografiado por Affonso Beato y envuelto por la cálida partitura de Jeanine Tesori.
Sin embargo, como en otras de las películas citadas, el conjunto se resiente de una perspectiva moral muy ramplona -que acaba primando el deseo sobre la responsabilidad- y de un tono desmesuradamente melodramático, en el que el dolor irrumpe de un modo artificioso y literario.