«Noviembre era Alfredo» dice, entre nostálgica y soñadora, una veterana actriz, y la narración presenta a un joven idealista que llega a Madrid con una farola en la mochila dispuesto a cambiar el mundo. La película de Achero Mañas narra la aventura humana y profesional del grupo de jóvenes actores a los que Alfredo embarca en su proyecto de teatro radical que se rige por un estricto decálogo: obras propias, que no se hayan estrenado antes, al aire libre, rienda suelta a la improvisación, sin cobrar por actuar… Y así hasta diez mandamientos.
Achero Mañas hace un bello homenaje al mundo del teatro en general y al teatro al aire libre en particular por lo que supone de cercanía del público y por la posibilidad de interpelar al ciudadano gris. El guión es original y sorprende a todo aquel que haya esperado del director de El Bola un intento de reeditar su éxito. Noviembre es una obra completamente diferente, no sólo por la historia, sino por su estructura que discurre en tres planos diversos: la historia de Alfredo y su grupo de teatro, unas entrevistas personales a los miembros de Noviembre, realizadas cuarenta años más tarde, y doce actuaciones al aire libre grabadas en forma de documental. Desde el principio queda claro que Alfredo ha desaparecido y a lo largo de los diferentes relatos que completan la historia del grupo vamos recibiendo pequeños indicios de lo que fue de él.
Noviembre es una obra interesante, si bien irregular. Cuenta en su activo un buen puñado de actores jóvenes de talento, arropado por un numeroso grupo de veteranos. Destaca también su guión, que lleva la narración por senderos poco trillados. Los problemas tienen que ver con la historia misma: hay un mensaje juvenil de ganas de vivir, de rebeldía, de llamar la atención que se encuentra pronto falto de sentido. ¿Contra qué o contra quién se manifiesta Alfredo? La película está situada en los años 90, pero presenta a unos jóvenes con el espíritu de mayo del 68 buscando una causa y un enemigo, asfixiados por un sistema pero sin saber por qué, ni cómo reaccionar. A estas alturas, esos chicos y sus discursos parecen fuera de lugar, y se echan en falta, en las entrevistas a los viejos miembros del grupo, comentarios críticos sobre sí mismos y aquella época. La misma trama, pasados treinta minutos, pierde fuerza y se mantiene principalmente por la hábil construcción y el valor que echan los actores. En el fondo, todo se queda en una obra falta de maduración. Acorde con su espíritu rebelde y estridente, muchos de sus números al aire libre son provocadores y obscenos, al igual que su lenguaje. Con una mano veterana revisando el guión, habría sido más que notable.
Fernando Gil-Delgado