Año 2077. La Luna ha sido destruida y la Tierra está contaminada, debido a una guerra alienígena que al final ganaron los humanos. Los supervivientes han tenido que exiliarse a otros planetas, y unos pocos elegidos quedan destinados en la Tierra para controlar los drones que obtienen valiosos recursos naturales. Uno de ellos es Jack Harper, que con su compañera Victoria realiza su misión después de que a los dos les borraran la memoria, acción que se supone facilita su arduo trabajo. Mientras ella realiza las tareas asignadas desde Control de modo metódico, él se lo cuestiona todo y se hace preguntas sobre el que fuera su hogar, la Tierra.
Con Oblivion, basada en un relato de ciencia-ficción del propio director, Joseph Kosinski demuestra que puede hacer películas más interesantes que Tron: Legacy, todo lo visualmente asombrosa que se quiera, pero hueca y tediosa. Aquí conjuga la imaginería y el diseño espectaculares con una trama medianamente entretenida y de tintes apocalípticos, con guiños a La guerra de las galaxias, 2001: una odisea del espacio y Matrix, entre otros títulos, pero sin renunciar a la personalidad propia.
Oblivion maneja ideas como la manipulación, la aceptación pasiva del estado de las cosas y el uso de la libertad para labrar el propio destino, con el telón de fondo de la Tierra hecha pedazos, metáfora muy presente en el cine actual para hablar de las amenazas que debemos hoy afrontar. Y lo hace sin complicarse la vida, de modo que pese a paradojas y sorpresas argumentales discutibles, en el fondo tenemos una historia sencilla, donde lo más flojo es lo relativo a los rebeldes, un grupo de personajes sin gran interés: véase el desganado Morgan Freeman o Nicolaj Coster-Waldau en plan desconfiado.
De modo que el rey de la función es Tom Cruise, con sus princesas Olga Kurylenko y la poco conocida Andrea Riseborough. Ahí hay espacio para hablar del amor, e incluso hacer un guiño romántico a Tú y yo en el Empire State Building.