Desde hace siglos se denomina Océanos de fuego a una temible carrera de 3.000 millas por los desiertos de Arabia. Cada año competían los mejores jinetes beduinos montados sobre los mejores caballos árabes. Muchos de los concursantes morían en la carrera, por la sed o porque eran asesinados. En 1890 participó en esa competición un norteamericano llamado Frank T. Hopkins, explorador del ejército de los Estados Unidos, con su caballo, un mustang llamado Hidalgo. Era la primera vez que la carrera contaba con un extranjero, y con un caballo de tan bajo nivel.
Aunque Frank Hopkins existió, Océanos de fuego es pura ficción, una película de aventuras a la antigua usanza, realizada por un director que conoce el género, Joe Johnston (Jumanji, Parque Jurásico III). El héroe es un solitario que busca aventuras a lomos de su corcel; y también hay vistosas cabalgadas, persecuciones, batallas campales, secuestro y rescate de princesas, tormentas de arena, emboscadas, pozos de agua envenenados, trampas asesinas, exóticos oasis, romances y tantos detalles más del Hollywood clásico.
Sin embargo, a esta narración se le han incorporado detalles modernos que ralentizan algo la acción y procuran (¿con éxito?) darle profundidad. Al igual que el samurai de Tom Cruise, Hopkins ha visto masacrar a los indios (en Wounded Knee) y vive alcoholizado y perseguido por el recuerdo en el Show de Buffalo Bill. Su caso es peor ya que, aunque lo oculta, es mestizo. Por otra parte, la aventura de Hidalgo recuerda la reciente gesta de Seabiscuit, el caballo destinado a perder, que triunfa a base de constancia y tenacidad. Una religiosidad india, de corte Hollywood-New Age, aparece en el momento cumbre, para dar ánimos al viajero y a su montura. En cualquier caso, Viggo Mortensen es creíble y da a su personaje un aire de nobleza y espiritualidad.
Fernando Gil-Delgado