Andrew Hyatt, guionista, se dio a conocer con la película Llena de gracia, en la que imaginaba como sería la vida de la Virgen María años después de la ascensión de su Hijo a los cielos, cuando los apóstoles están anunciando el Evangelio y san Pedro tiene que mediar entre cristianos de origen judío y de origen pagano, que discuten por cuestiones relativas a la ley.
En esta película repite fórmula, con una mirada a la época de Jesucristo y a la gente que lo conoció, en un momento en que impera el miedo por la persecución de Nerón a los cristianos. Pablo, el apóstol de Cristo es menos discursiva que su película anterior: tiene mejor ritmo y mucho más interés. ¿Por qué? Porque no inventa, no necesita utilizar la imaginación; sus fuentes son las Escrituras y la historia de Roma, y a ellas se ciñe (el único detalle que inventa –no diré cuál– es el más flojo de la película).
Hay que reconocer a Hyatt el valor de realizar una película de estas características con un presupuesto mínimo. Logra hacer un trabajo solvente con unos decorados naturales apañados, aunque ello le exige un trabajo fenomenal de encuadres y elegir planos cortos. Sale airoso también gracias a sus protagonistas, en especial los dos principales: Jim Caviezel, en el papel de san Lucas; y James Faulkner, en el de san Pablo. Ellos dan fuerza a un relato extraordinario que, además, es cierto, instructivo y sugerente. Las deficiencias son ampliamente compensadas por la belleza de la historia y la seriedad con que trata el origen de la Iglesia y a los primeros cristianos, mostrados como gente normal, pero capaces de dar la vida por su fe y amor a Cristo.
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