Madrid, guerra civil española. Jorge, un cómico, pierde a su esposa y a su hijo en un bombardeo. Acabada la contienda, ingresa en una compañía de vodevil junto a su amigo Enrique, ventrílocuo, y la cupletista Rocío. Al grupo se une un niño huérfano, Miguel, al que Jorge trata con brusquedad.
Decepción. El debut en el largo de Emilio Aragón no conmueve, el guión es una mezcolanza desequilibrada e increíble, a la que no ayuda la enfática partitura, obra también del director. Los elementos manejados son: 1) “dramón”, el que afecta a Jorge y Miguel por sus pérdidas, más otros “dramitas”, el del homosexual Enrique y el de una jovencita engañada por un fascista; 2) desahogo cómico, proporcionado por Rocío; 3) crítica a la dictadura desde la profesión del cómico; 4) homenaje al artista popular; y 5) complot contra Franco, variante hispana de Malditos bastardos.
Aunque desde el punto de vista ideológico, se intenta no cargar las tintas en la cuestión de las dos Españas, la cosa se escora en el sentido imaginable. En el reparto, Imanol Arias no logra dar relieve a su plano personaje, y las escenas del niño Roger Príncep son repetitivas. Puestos a destacar a un actor nos quedamos con Lluís Homar, sobrio en un personaje difícil.