Hollywood parece haber vuelto la mirada atrás y recobrado el corazón. Películas como Campo de sueños o Paseando a Miss Daisy hablan claramente de sentimientos humanos, un tema que ya parecía olvidado por la industria del celuloide. Además, ambos films han sido ampliamente recompensados en el reparto de nominaciones a los Oscars. Nada menos que a nueve -entre ellos a los de mejor película y mejores actriz y actor principales- opta Paseando a Miss Daisy, un film sensible, protagonizado por dos ancianos, que habla directamente de egoísmos, ternura y amistad.
Miss Daisy (Jessica Tandy) es una rica anciana judía que un día descubre con tristeza que ya no puede conducir su coche. Pero a ella le gusta ir al supermercado, visitar a las amigas, acudir al cementerio a cuidar la tumba de su marido… También, como madre protectora y de genio irrefrenable, cuida de su hijo, un próspero comerciante textil, como si fuera un niño y odia a su nuera con la misma intensidad.
El hijo (Dan Aykroyd) decide por su cuenta contratar a un chófer, un hombre maduro de color (Morgan Freeman). A Miss Daisy no le gusta nada la idea, y el pobre chófer deberá aguantar desplantes y críticas para conservar su empleo. Pero su cariño y comprensión acabarán haciendo mella en el corazón de la anciana. De este modo, surgirá entre los dos una profunda amistad que, a pesar de guardar en todo momento las distancias entre ambos, durará muchos años.
Con esta sencilla trama, el director australiano Bruce Beresford urde un film amable y bien realizado, en el que destaca, sobre todo, el guión de Alfred Uhry, basado en su propia obra teatral. Las interpretaciones de los dos protagonistas, llenas de vigor dramático y convicción, contribuyen decisivamente a dar a esta película, sencilla y lineal, su fuerte carga de humanidad.