Después de triunfar en festivales pequeños, como el de Denver, llega a España con retraso una exquisitez francesa que nos devuelve a la vitrina de los grandes cómicos del cine. Perdidos en París la han escrito y dirigido los mismos que la interpretan y que se llaman como sus personajes, Fiona Gordon y Dominique Abel. En tiempos de inadaptados y descartados, como los actuales, el cine de Charles Chaplin y de Aki Kaurismäki adquiere especial significación por su capacidad de retratar a personajes tan desclasados como reconciliados con el mundo. Outsiders que sin embargo dan una idea más precisa de la verdadera estatura del ser humano que los insiders.
Perdidos en París toma prestada la genialidad de ambos directores y la cruza con el talento de Jacques Tati para contarnos la historia de Fiona, una mujer estólida y solitaria que cruza medio mundo, desde Canadá a París, para impedir que a su anciana tía Martha (Enmanuelle Riva), que la cuidó cuando era pequeña, la internen en una residencia de ancianos. En el mismo instante en que llega a París vemos que Fiona no está preparada para el mundo moderno, va contracorriente y todo puede ser una amenaza para ella. Hasta que encuentra a Dom, un mendigo que vive en la calle, y que se va a convertir en un singular ángel de la guarda.
La estética cromática y de los decorados evoca claramente al cine de Kaurismäki, con esa personal combinación de minimalismo, surrealismo y tono vintage. Y a la primera escena del film, en el prefabricado en el que trabaja Fiona, comprendemos que Chaplin es otro referente del film, en cuando a gags cómicos se refiere. Los personajes, tímidos y sincopados, nos recuerdan al Tati de M. Hulot y Mi tío, personajes –interpretados por el mismo Tati– que tampoco comprenden bien el mundo que les ha tocado vivir. La película es también un canto de amor a París, y un homenaje a sus calles, a su luz, a sus vistas…
Este curioso film es un collage en el que se combinan armónicamente gags cómicos surrealistas, momentos tristes, romanticismo, comedia negra… todo envuelto en ternura y sostenido por unos seres humanos –también los personajes secundarios– atravesados de pureza e inocencia. Como los citados Chaplin, Kaurismäki, Tati… Y por ello es también una crítica a una sociedad materialista, opulenta, tecnológica… en la que cada vez cuesta más encontrar oasis de verdadera humanidad.