Nelly tiene 8 años cuando fallece su abuela. En los días siguientes va con su madre a vaciar esa casa donde encuentra a otra niña de su misma edad. Juntas entablaran una profunda e imaginativa amistad.
La directora de Retrato de una mujer en llamas cambia de contexto pero mantiene un ritmo y una estética similares. La pausa del relato, el silencio y las metáforas sobre la madurez de las chicas son obtusas y difícilmente descifrables. Es una sugerencia demasiado abierta en la que caben demasiadas interpretaciones. El relato es distante y gris, además de poco emotivo, a pesar de que las interpretaciones de las dos pequeñas protagonistas son muy destacables. El argumento se hace tedioso a pesar de la brevedad de su metraje, algo parecido a lo que sucedía en la segunda película de esta cineasta (Tomboy, 2011).