El Caribe, siglo XVII. El pirata Jack Sparrow (Johnny Depp) intenta recuperar su barco, La Perla Negra, y vengarse del traidor Barbossa (Geoffrey Rush), quien se amotinó y le dejó abandonado en un islote desierto. En el lado del orden encontramos al joven herrero Will Turner (Orlando Bloom), enamorado de Elisabeth (Keira Knightley), la bella hija del gobernador y su amiga de infancia. Elisabeth está a punto de comprometerse, según el parecer de su padre, con el brillante comodoro Norrington (Jack Davenport). Aunque Will y Elisabeth lo ignoran, ellos tienen la clave de una terrible maldición que pesa sobre los piratas de La Perla Negra. La historia comienza cuando los piratas secuestran a Elizabeth y Will parte a rescatarla con la única ayuda del capitán Sparrow.
En La princesa prometida, Peter Falk le explica a su nieto que la historia que se dispone a leerle tiene todo lo que se puede desear: «Piratas, traiciones, peleas, tesoros, amor verdadero». Y tales son los ingredientes que los guionistas han mezclado en Piratas del Caribe, inspirada en parte en una popular atracción que se puede disfrutar en Disneylandia, y en parte en las cintas clásicas del género, como Capitán Blood y El temible burlón.
El productor Jerry Bruckheimer ha puesto los medios para que nada falte a esta película y pueda relanzar el cine de piratas; y sin duda, la ambientación es de lo mejor. El resto de la magia lo llevan sobre sus hombros Johnny Depp y Geoffrey Rush, que eclipsan al resto del reparto y cubren las escasas deficiencias del guión. Piratas del Caribe habría sido una obra más lograda si hubiera contado su historia en 90 minutos. De todas formas, queda una gran película de acción y humor, en la que el espectador apenas nota sus más de dos horas.