Director: Brad Anderson. Guión: Brad Anderson y Lyn Vaus. Intérpretes: Hope Davis, Alan Gelfant, Victor Argo, Jon Benjamin, José Zúñiga, Cara Bueno, Larry Gilliard Jr. 111 min. Jóvenes.
Hace tres años, Beautiful Girls planteó una lúcida radiografía del desconcierto vital y afectivo de tantos treintañeros. Ahora profundiza en ese mismo tema Próxima parada, Wonderland, segundo largometraje del joven cineasta norteamericano Brad Anderson (The Darien Gap), galardonado con el Gran Premio Especial y el Premio del Público en el Festival de Deauville 1998.
Ambientado en el Boston actual, el complejo guión sigue las trayectorias paralelas de dos corazones solitarios, ya talluditos, que huyen de un pasado doloroso e intentan afrontar con madurez su inseguro presente. Erin es una independiente y culta enfermera de origen irlandés que añora a su padre, muerto hace años. Su novio, un ingenuo activista político, acaba de dejarla, y su madre, frívola y posesiva, le busca nueva pareja a través de un anuncio en el periódico. Por su parte, Alan, de origen brasileño, compagina su trabajo en un acuario y sus estudios de biología marina con la ilusión de abandonar de una vez el modesto negocio de fontanería de su padre, un ludópata acosado por las deudas. Aunque coinciden en muchos sitios, parece que el destino no quiere que Erin y Alan se conozcan.
Anderson desarrolla las hilarantes peripecias de estos dos sugestivos personajes, y de la multitud de personajillos que les acompañan, con una agitada y fresca realización cámara en mano, casi documental, a medio camino entre naturalismo y realismo mágico. Así, su incisiva mirada logra un caleidoscópico fresco humano y social que disecciona con humor y elegancia la pérdida del sentido del trabajo, los viajes a ninguna parte del «sexo sin significado», la ignorancia religiosa, la angustia de la soledad, la tentación de la violencia, el miedo al compromiso, la falta de cimientos morales…
Pero Anderson no se queda en la simple constatación de estas secuelas del hedonismo dominante. Y así, echando mano a veces de literatos como Wordsworth o Emerson, quita sus ridículas máscaras a los personajillos y encuentra respuestas luminosas al afán de autenticidad y coherencia del dúo protagonista en la responsabilidad en el amor y la amistad, en el respeto a los demás y en la necesidad de aprender a estar solo y «contemplar». Todo ello, al ritmo melancólicamente alegre de la bossa nova y a través de unas interpretaciones de apabullante naturalidad, que demuestran la variedad de registros de los actores y el acierto de Anderson al permitirles improvisar.
Quizá le falte un poco de trascendencia; pero le sobra buen cine y, con humor e inteligencia, da muchas pistas sobre lo realmente importante.
Jerónimo José Martín