Una constante del cine del canadiense David Cronenberg es la violencia morbosa, que busca conscientemente herir al espectador. Esta película de mafiosos rusos en Londres reincide en la cuestión, con dos cuellos rebanados y una terrible pelea de Viggo Mortensen desnudo en unos baños públicos.
El film cuenta cómo una adolescente embarazada, Tatiana, llega sangrando al hospital donde Anna, de origen ruso, trabaja como comadrona. Allí se salva al bebé, una niña, pero la madre muere. Eso sí, deja un diario que revela su triste historia como prostituta. Una sórdida violación llevada a cabo por el jefe de una de las mafias rusas, y el trabajo de “conductor” de Nikolai, un tipo ambiguo que parece querer prosperar en la mafia, son algunos de los hilos que configuran la trama firmada por Steven Knight, un cuadro sobre las ilusiones truncadas, la trata de blancas jovencitas y la violencia salvaje del crimen organizado. Sólo la inocencia de la recién nacida puede traer algo de luz a cuadro tan oscuro, tenebroso, sórdido… Pero de ahí a producirse una deseable redención hay mucho camino que recorrer, lo que Cronenberg no hace.
Hay un gran reparto de nombres conocidos y una buena factura visual. Pero no es una película genial. Interesan algunos elementos, como esa especie de triángulo mafioso que conforman el jefe de la familia (Mueller-Stahl), su hijo (Cassel) y el “conductor” (Mortensen), que puede retrotraer a la saga de El padrino -el hijo que decepciona, el “hijo” (no lo es en realidad) que sí responde a las expectativas, pero que no es exactamente lo que parece ser, no pertenece del todo a ese mundo mafioso-, o a títulos como Camino a la perdición. De hecho, Una historia de violencia bebía de cierta influencia de cómic. El diario es una buena excusa argumental para plantear los conflictos, y la australiana Naomi Watts, con el ambiente de su casa familiar, pone la nota humana por su preocupación por el bebé, con una interpretación muy matizada.