Director y guionista: François Dupeyron. Intérpretes: Eric Caravaca, Isabelle Renauld, Jean-Pierre Darroussin, Jacques Dufilho, Michelle Goddet. 115 min. Jóvenes.
Nicolás, un joven granjero francés, se siente confuso ante los problemas de sus padres y familiares, y ante su propia ansia de abandonar el cerrado y decadente mundo en que vive. Su angustiosa búsqueda del sentido de la vida se ve dramáticamente marcada por el suicidio de su padre, acuciado por las deudas, y por el singular romance del joven con una madura cantante de ópera, que decide vivir en el campo con sus dos hijos. Sólo dará respuestas útiles a Nicolás su abuelo, un resignado y sentencioso agricultor de la vieja escuela.
Polémico ganador, en el Festival de San Sebastián 1999, de la Concha de Oro a la mejor película y de la Concha de Plata al mejor actor (Jacques Dufilho), este sencillo melodrama plantea una serena reflexión sobre los conflictos existenciales y generacionales en el ámbito rural francés. A partir de la idea de que «un campesino no puede morir de hambre mientras tenga una granja y algo que sembrar», articula una bonita reivindicación de la vida sencilla, la unidad familiar y el trabajo ordinario, que contrasta positivamente con la deshumanizada y moralmente perpleja trepidación dominante.
El francés François Dupeyron (Un coeur qui bat, La machine) acierta al primar las interpretaciones, todas ellas de una naturalidad sorprendente, sobre todo la de Eric Caravaca, premiado con el César 1999 al mejor actor revelación. También acierta Dupeyron al envolver los personajes en una sugestiva atmósfera naturalista, de notable vigor lírico gracias a la excelente fotografía del japonés Tetsuo Nagata. Sin embargo, la estricta puesta en escena es académica, e incluso retórica; y la trama resulta un tanto anodina y, a ratos, pretenciosa, pues su respuesta a la pregunta radical que plantea el título es poco profunda y trascendente.
Jerónimo José Martín