Esperanza, una extrovertida barcelonesa de cerca de treinta años, va de vacaciones a Ecuador, donde todo le parece “muy guay o alucinante”. En el autobús que hace la ruta de Quito a Cuenca conoce a Maria Teresa, una muy seria e intelectual universitaria, poco más joven que ella que, como reacción temperamental ante su compañera se presenta con el nombre de Tristeza. Una huelga y el cierre de las carreteras obliga a detenerse el autobús en el que viajan, pero Tristeza no tiene tiempo que perder y decide seguir a pie, confiando en que el autostop le permitirá llegar a Cuenca a tiempo de impedir la boda de su infiel novio. Esperanza decide viajar con ella. Asistimos a un viaje en el que las dos jóvenes, conocerán gentes y lugares interesantes, mientras cambian impresiones sobre el país, el gobierno, la sociedad, los indígenas, los turistas, los ecuatorianos, los españoles, el sentido de la vida, de la historia y de tantas otras cosas que importan.
La ecuatoriana Tania Hermida (Cuenca, 1968) ha escrito un guión sencillo y notable, nada choca, nada es estridente, sale del corazón, es desgarrador y tiene una buena dosis de humor. El tema principal, si esta cinta tiene uno, sería la situación de Ecuador, vista con un poco de amargura y cinismo, pero también con amor. La conversación de las dos jóvenes, y de alguno más que acompaña en el viaje, le sirve a Hermida para desahogarse; además se trata de un diálogo inteligente, que evita los tópicos. A lo largo del viaje surgen muchas preguntas -no sólo de carácter político y social- que deja sin responder, pero que el espectador siente que debe responder por su cuenta.
La realizadora (formada en la escuela de cine de San Antonio de Baños y ayudante de dirección en María llena eres de gracia, Prueba de vida y Crónicas) lleva la historia con un pulso perfecto, no hay giros bruscos, salidas de tono o bajadas de tensión; avanza implacable a través de montañas, valles, playas y bares, pueblos y ciudades, al ritmo de la conversación, consiguiendo la empatía del espectador. Buena parte del mérito la tienen las dos desconocidas actrices que dejan a Thelma y Louise al nivel de vulgares voceras de eslóganes baratos y gastados. El resto es la tierra, bellamente fotografiada por Armando Salazar, y la música, una simple guitarra acústica en las manos de Nelson Garcia.