Edward y Grace llevan 29 años casados. Jamie es su hijo, que hace tiempo que vive por su cuenta. Grace es una mujer católica que cree firmemente en su matrimonio, aunque Edward se ha vuelto muy distante. Un día, Edward informa a su familia de que se va de casa, porque su matrimonio ya no tiene sentido. En medio de esta crisis está Jamie, que sufre enormemente, pero que trata de no tomar partido y acompañar a los dos como puede.
Esta película recorre la misma senda dramática que Historia de un matrimonio, la sobrevalorada cinta de Noah Baumbach. A pesar de su paralelismo, la que nos ocupa es mucho más profunda e interesante que aquella, con unos diálogos de hondura dramática y con una indagación realista en el interior de los personajes. El adulterio está tratado con mucha honestidad, y aunque no es una película de buenos y malos, no trata de desdramatizar las decisiones equivocadas de los personajes. Muestra sin aspavientos melodramáticos la devastación de la ruptura y las consecuencias en la psicología del hijo.
Quizá la clave sea que detrás de las cámaras está el británico William Nicholson, reputado guionista de cintas como Los miserables (2012) o Gladiator, que además de dirigir este film, también ha escrito el guion. De todas formas, el texto no hubiera llegado a buen puerto sin la excelente interpretación de los veteranos Annette Bening y Bill Nighy, que hacen unos trabajos inmensos. Brillante es también la actuación de Josh O’Connor, en el difícil papel de hijo, testigo silencioso de los hechos. Enmarcan la cinta los maravillosos acantilados blancos de Dover, de fuerte carácter simbólico en el film, y un bello elogio al mundo de la poesía.