(Crítica actualizada el 27-06-2017, con ocasión del reestreno de la película el 30-06-2017, en su 25 aniversario)
Muchos han señalado que el novelista E.M. Forster, con sus novelas fin de siglo, está siendo entusiásticamente reescrito por el cine. Especialmente por el director James Ivory, que ya antes llevó a la pantalla, con éxito, las novelas Una habitación con vistas y Maurice. Ahora cuenta con su guionista habitual, la india Ruth Prawer Jhabvala, y con el recurso a muchos de los actores y actrices que ya trabajaron para él en las películas citadas.
La acción se desarrolla entre Londres y una casa de campo llamada Howards End. Allí se determinan las complejas relaciones entre las cultas y emancipadas hermanas Schlegel y los Wilcox, una familia acomodada y convencional, que encarna la hipocresía de cierta clase social británica.
Tiene Regreso a Howards End el personalísimo sello, la marca de fábrica Ivory. Es decir: el maravilloso cuidado en la ambientación, una perfecta dirección de un grupo de actores de primera categoría, un guión sin fisuras y una dirección elegante y sobria, con un ritmo que está en las antípodas del telefilm americano; pausa y compás, no precipitación escamoteadora.
Es más que posible que a cierta parte del público actual este modo de contar una historia (y la misma historia elegida, la de la novela de Forster) les resulte aburrida, y hasta irritante. Sin embargo, Ivory es un director para una gran y creciente… minoría, cercana a la mayoría. Pues si es minucioso y atento observador, cuidadoso en la descripción, en el toque psicológico atinado…, no es profundo, es de fácil alcance. Su mundo no es de ideas, ni propiamente espiritual, sino psicológico.
Su distinción, su diferencia, está en lo que llamé marca de fábrica, ese lujo de detalles que en lo material le llevan a una particular estética, y en lo anímico a un rico retrato psicológico, lleno de matices, de sus personajes. Esto permite el lucimiento de sus buenos actores. Sobre todos está magnífica en su papel Emma Thompson. Pero es también una gran satisfacción ver actuar, en sus breves papeles, a Vanessa Redgrave, a Anthony Hopkins… y a todos. Realmente es eso -me parece-: ver actuar. Sí, como en el teatro, al viejo estilo; no por viejo sino por su gran estilo. ¿O pretende ser real lo que vemos y oímos? Diría que no lo pretende: es una historia familiar fin de siglo, intrincada, de gente muy rica y de gente muy pobre, bellísima en decoración, vestidos, flores, paisajes, rostros…
Pero tal vez deje un poso de realidad el alma humana en ese juego de odios y amores, disimulos y heroísmos, pasiones e hipocresía… Y quizá esa psicología tan bien medida transmita al espectador una lección perenne, intemporal, real.
Es curioso el modo de hacer cine de Ivory. Reescribe en imágenes el realismo romántico de Forster. ¿Es eso cine? Tal vez es el cine que no pudo hacerse entonces.
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