Fuimos muchos los sorprendidos cuando se estrenó «Smoking Room». En el guión de aquel film se dialogaba de una forma novedosa y la dirección de actores era inusual en el cine español. En relación con las ideas de la película, se trataba de una reflexión acerada sobre la competitividad en el mundo de la empresa, los miedos y fundamentalmente el vacío existencial de tantos «profesionales medios». Su director, Roger Gual, estrena ahora «Remake», depurando su estilo, consiguiendo mejores diálogos e interpretaciones, y con unos temas de fondo de mayor calado. Todo sostenido con un reparto excelente.
El planteamiento argumental es muy clásico y muy teatral: un grupo humano -en este caso, formado por familiares y amigos de la infancia- pasa unos días aislado en una masía catalana en medio de montañas, situación que provocará que salgan afuera todos los reproches, rencores y frustraciones de los personajes. Este recurso dramático se ha utilizado en géneros muy diversos, desde dramas de Bergman al suspense hitchcockiano de «Náufragos», pasando por películas de Kenneth Branagh, Polanski o Saura. Es «La caza» de este último, quizá por su carácter español, la película que más paralelismos encontramos con «Remake»: el paisaje es el detonante del conflicto humano.
En dicha masía se encuentran dos generaciones. Los padres, que vivieron con entusiasmo el desmadre del 68, tardío en España, a principios de los setenta. En aquellos años formaron una especie de comuna «hippie», leían a Marx, practicaban el sexo en grupo y bailaban desnudos alrededor de una hoguera al son de la música «country». Son Damián y Patricia, un matrimonio separado y tremendamente depresivo; Alex y Carol, también separados, pero con un tono más vitalista, y Max, el anfitrión, que vive solo, desinteresado del mundo, en plan ecologista; no fuma, no bebe, y sólo se alimenta de vegetales que cultiva en su huertecita.
La segunda generación, la de los hijos, son Ernesto, Fidel y Víctor, al que acompaña su novia Laura, único personaje que no ha compartido la experiencia histórica del grupo. Ernesto es el típico treintañero de hoy, con un punto de cinismo, muy resuelto, pero poco maduro. Víctor está muy afectado por la separación de sus padres, y vive refugiado en su pequeño mundo de patéticos guiones de cine que escribe en sus ratos libres. Le echan de todos los trabajos y es un inadaptado. Fidel tiene un recorrido intelectual y vital muy cortito, no hace nada en la vida y es bastante indolente. El contrapunto lo representa Laura, que encarna la propuesta educativa progre, lleva una dieta estudiada, hace voluntariado, defiende el islam y busca la comunión con la naturaleza. A pesar de sus «valores» ideológicos, Laura es la única madura del grupo de jóvenes.
Pues bien, este cóctel de experiencias -que reflejan tal cual la realidad de nuestro mundo en los últimos cuarenta años- estalla como una bomba de relojería. La escena clave es una en que Víctor ajusta cuentas con sus padres: les reprocha una educación en una falsa libertad, en una falsa progresía que les ha conducido al fracaso matrimonial y al consumo de antidepresivos: «Llevas sesenta años haciendo el ridículo», le espeta a su padre. Queda patente el callejón sin salida a que ha conducido el marxismo de los sesenta-setenta, y la factura de infelicidad y desorientación que han pagado -y pagan- los hijos.
Pero, a la vez, el film muestra cómo estos jóvenes no son mejores que sus padres, y cómo el idealismo estúpido de aquellos ha sido reemplazado por un suave nihilismo o ideología «soft» que no mejora en nada las perspectivas de futuro. Además, la película presenta la pura instintividad como la única vía posible de dar salida a los sentimientos.
«Remake» habla del fracaso educativo en que nos hallamos inmersos desde hace medio siglo, un fracaso que explica gran parte de las cosas que vemos a nuestro alrededor. Para más inri, Roger Gual introduce una escena con niños -la tercera generación- que pronostica un futuro aún más terrible que el presente. Es cierto que el film no plantea soluciones, probablemente porque no las tiene, ni es su función. Pero pone el dedo en la llaga más dolorosa de nuestra sociedad, y eso ya es mucho. Un excelente diagnóstico envuelto en una excelente película.
Juan Orellana