En el proyecto de Revolutionary Road hay dos hechos que no pueden extrañar a casi nadie. Por una parte, que el cine -especialmente ese cine que busca estatuillas- se sienta atraído por la obra de Richard Yates, un conocido escritor norteamericano de la llamada era de la ansiedad, alcohólico, que relató las miserias de la sociedad americana acomodada de los años cincuenta.
Por otra, que al autor de American Beauty le hechizara la más famosa de las novelas de Yates, Revolutionary Road, un oscuro, opresivo y casi obsceno drama sobre la desintegración de un joven y aparentemente feliz matrimonio. Para interpretar a Frank y April Wheeler, Mendes ha contado con su mujer, Kate Winslet, y con Leonardo DiCaprio, que se reencuentran después del éxito de Titanic. A pesar de una enfática dirección de actores (muy propia de Mendes), los dos están magníficos y son firmes candidatos a ganar un Oscar.
Muy fiel a la novela, el guión distribuye el protagonismo a partes iguales entre los cónyuges, a diferencia de Yates, que da más peso al marido, el narrador de la historia. Se puede reprochar a la película -como a la novela- que construye un mundo artificioso, que resulta poco creíble y asfixiante. La trama se dirige únicamente a vapulear a una sociedad que ha acabado confundiendo la búsqueda de la felicidad con la búsqueda del bienestar. El dilema que plantea la cinta es la elección entre la comodidad y los ideales, aunque ni en el texto de Yates ni en la cinta de Mendes hay una pista medianamente convincente de cuáles son esos ideales capaces de salvar la vida a tantos mediocres.
Revolutionary Road es un tremendo e incómodo retrato de unos seres acostumbrados a tirar de chequera de sentimientos y evasiones, que viven en la burbuja de su subjetivismo y son, por eso, incapaces de acompasarse: cuando tratan de caminar con el otro, acaban tropezando y destrozándose. Como ocurría en American Beauty (y en gran parte del cine dramático contemporáneo), hay un desalentador diagnóstico, pero no existe tratamiento, y eso es tan áspero y penoso como las peleas del matrimonio Wheleer.
La cinta aspira a cuatro Globos de Oro (mejor película dramática, director y actores principales), que es casi lo mismo que decir “nos veremos en los Oscar”.