De toda su amplia familia de cineastas, el escritor, guionista y director madrileño David Trueba destaca por su cierta ponderación y valentía al romper los prejuicios ideológicos que podrían atenazarle. Ya demostró esas cualidades en las premiadas películas Soldados de Salamina —notable adaptación de la novela de Javier Cercas— y Vivir es fácil con los ojos cerrados, su homenaje a los profesores y a los Beatles. Ahora las confirma y refuerza en Saben aquell, entrañable semblanza del popular cómico catalán Eugeni Jofra i Bafalluy, basada en las biografías Eugenio y Saben aquel que diu…, escritas por su hijo primogénito Gerard Jofra.
Primera sorpresa: el guion de David Trueba y Albert Espinosa no es una comedia, sino un melodrama, en el que domina la bella historia de amor en Barcelona entre Eugenio (David Verdaguer), empleado en un taller de joyería, y su primera mujer, Conchita Alcaide (Carolina Yuste), una andaluza extrovertida y cariñosa. Después de casarse, formaron el dúo musical Els Dos, que gozó de algún éxito, como la Balada del maderero, cuarto mejor tema en el Segundo Festival Nacional de la Canción Española, de donde salió la representante española para el Festival de Eurovisión 1970. Por casualidad, un día Eugenio debe actuar solo, y cuenta chistes entre canción y canción. El público se ríe a carcajadas, y el antiguo técnico de joyería se convierte en uno de los cómicos más populares de España. Todo ello, a pesar de su aspecto: un tipo con barbas, serio y circunspecto, siempre vestido de negro, sentado en un taburete alto desde el que contaba chistes en español con acento catalán mientras se fumaba un Ducados y se bebía a sorbos cortos una copa de vodka con naranja. Siempre iniciaba sus interpretaciones con la expresión catalana “¿Saben aquell que diu…?” (¿Saben aquel que dice…?). Su fama duró casi hasta su muerte en 2001, a los 59 años.
Acierta David Trueba al adentrarse en la España de los años 80 y 90 sin toscas deformaciones ideológicas ni correctos anacronismos postmodernos. Cabe elogiar su mirada respetuosa al sincero catolicismo de Eugenio y Conchita, y la frescura e intensidad emocional con que describe su matrimonio, sus esfuerzos para conciliar la educación de sus dos hijos con su itinerante carrera artística, el durísimo desafío que supuso el agresivo cáncer de mama de ella y las luchas de ambos para dominar sus fragilidades, especialmente las de Eugenio, cuyo sorprendente miedo escénico se agravaba con un cierto carácter depresivo. En este sentido, David Verdaguer y Carolina Yuste realizan unas interpretaciones sensacionales, que arrancan risas y lágrimas sin necesidad de que Trueba cargue la mano en lo melodramático ni en lo sórdido, especialmente en los últimos años de Eugenio, marcados por las adicciones.
Queda así una película bien interpretada y narrada, entrañable y profunda, conmovedora y positiva a la vez, con numerosos chistes del genial humorista y, a la vez, con una serena reflexión sobre ese arquetipo tan real del payaso triste, experto en humanidad, hipersensible y quebradizo, que lleva las tragedias de la vida sobre sus hombros y las trasforma en risas y carcajadas para el gozo de sus oyentes y de él mismo, casi como una angustiosa terapia contra la desesperación.
Jerónimo José Martín
@Jerojose2002