Se ha saldado con buena nota el debut como director de largos del madrileño Carlos Molinero, coautor asimismo del guión. Frente a un cine español academicista, en el que falta voluntad para asumir riesgos, Molinero apuesta por un cine que bebe del movimiento Dogma 95 y de los hermanos Dardenne, entre otros. A través de vídeo digital, cámara en mano, barridos para sustituir al plano secuencia y otras técnicas del documental, Molinero transmite la sensación de estar asistiendo a un retazo de la realidad. Destaca el montaje de las secuencias violentas, resueltas a través de fragmentos que sugieren más que muestran, y que dejan al espectador con los pelos de punta. Por su parte, los actores salen airosos de sus complejos personajes, todos ellos muy bien descritos. Destacan Marisa Paredes y su hija en la vida real, María Isasi; pero hasta el irregular Imanol Arias resulta convincente.
El argumento, basado libremente en una obra teatral de José Luis Alonso de Santos, sigue el periplo vital de Berta. Se trata de una enfermera valenciana que, cual moderna Tía Tula, cuida sacrificadamente a sus sobrinos a raíz de una promesa que hizo a su hermana en su lecho de muerte. Son tres jóvenes de diversas edades, todos implicados en el cruel apaleamiento de un senegalés, instigado por una siniestra mafia.
Merece un sobresaliente el tratamiento del tema central, la violencia racista, un peligro que amenaza a todas las sociedades occidentales por la creciente afluencia masiva de inmigrantes. Como defecto menor, se echa de menos un desarrollo más amplio del complejo tema de la eutanasia, presente en el film de un modo confuso a través de un único diálogo en el que la protagonista se manifiesta claramente a favor.
Juan Luis Sánchez
