Es triste que dos actores de talento como Barrymore y Long puedan prestarse a interpretar este despropósito tremendamente zafio y ramplón.
La historia de amor (bueno, amor no hay, solo sexo y la música a todo volumen) entre una periodista y un ejecutivo de un sello discográfico juega la carta de la distancia, ella en Stanford, él en Nueva York.
La historia es muy poca cosa, pero podría haber dado mucho más de sí, con un poco de ingenio y renunciando a un tono llamativamente grosero. A la directora (Burnstein se llama) se le quema el guión (Latulippe es el primerizo escritor) y la película se queda sin bombilla: es una lámpara hortera, inútil, que no sirve más que para dejar en penumbra una serie interminable de situaciones de pésimo gusto, algunas francamente repulsivas.