La vida del piloto brasileño Ayrton Senna (1960-1994) posee todos los elementos para construir una formidable película de ficción; por eso lo que ha hecho Asif Kapadia, con el apadrinamiento –entre otros– de Kevin Macdonald, es tan meritorio, pues con material de archivo –sólo algunas voces en off son actuales– ha compuesto un film apasionante, con “actores” y “conflictos” auténticos. Resulta difícil pensar que el resultado fuera mejor con actores interpretando personajes.
Senna funciona a todos los niveles. Transmite la emoción de la competición, de los vehículos y la velocidad, y contrasta la limpieza de las primeras carreras del campeón en kart, con la política de la Fórmula 1. Pinta bien al protagonista, sin mitificarlo, ofreciendo un retrato ajustado de una persona humilde, con dotes excepcionales para el automovilismo y una profunda fe, muy unido a su familia. Su preocupación por mejorar la suerte de los niños pobres, y la conciencia de representar las ilusiones de sus compatriotas revelan una gran calidad humana.
La rivalidad con quien fuera su compañero de escudería, el francés Alain Prost, también se recoge adecuadamente. Este, por así decir, “villano” –como lo sería el presidente de la Federación Internacional de Automovilismo, otro francés– es creíble, y las diferencias entre los dos pilotos se muestran con imágenes y declaraciones, sin exagerarlas torcidamente. El contraste entre dos estilos de conducción y las personalidades de los pilotos –intuición y capacidad de riesgo frente a racionalismo puro y duro– resulta tremendamente interesante. Kapadia juega bien la carta de la sobriedad en los pasajes más emotivos de la cinta, y entrega un magnífico documento sobre un hombre que fue un gran campeón.