El abogado bonaerense Sebastián Roberti está en trámites de divorcio con su esposa española, Delia. Como todos los días, va a buscar a sus hijos para llevarlos al colegio. Como todos los días, juega con ellos “a ver quién llega antes”: los niños bajan por las escaleras; él, en el ascensor. Ese día, Sebastián llega el primero al piso de abajo, pero los niños no están. Ni allí… ni en ninguna parte.
Notable thriller psicológico, más dramático de lo habitual, que consolida la buena salud del género en el reciente cine argentino y español. La cinta puede presumir de una sólida puesta en escena, con fuertes ecos del estilo Hitchcock, pero sin demasiados efectismos visuales y en la que saca partido dramático al bello y luminoso edificio en el que transcurre casi toda la acción.
Rodeada la trama de una atmósfera agobiante, a esta coproducción hispano-argentina le falta quizás un punto de emoción y le sobran algunas leves incoherencias y pistas falsas, generadas seguramente porque el director y guionista navarro Patxi Amezcua se afana en exceso por alimentar la intriga a lo largo de todo el metraje.
Sí acierta claramente Amezcua al optar por una cámara que nunca se olvida de los personajes y se esfuerza por captar sus más mínimos gestos para esbozar sus fuertes conflictos interiores. En este sentido, Ricardo Darín vuelve a realizar una interpretación espléndida, confirmando sus amplísimos recursos en los numerosos primeros planos de su desesperado personaje. Por su parte, Belén Rueda se muestra convincente en su fría caracterización; los niños añaden frescura, inocencia y naturalidad, y los demás secundarios ocultan hábilmente la verdad de sus personajes. Todo esto –bien envuelto por la neutra fotografía del argentino Lucio Bonelli y la inquietante partitura del español Roque Baños– capta la atención del espectador y convierte Séptimo en una atractiva propuesta.