La inglesa Sara (Kate Beckinsale) y el norteamericano Jonathan (John Cusack) coinciden la víspera de la Navidad de 1990 en los almacenes Bloomingdales de Nueva York, en un intento de comprar el último par de guantes negros que queda en la tienda. El flechazo es instantáneo. Pasan juntos la tarde perfecta. Toman un helado en un pequeño bar llamado Serendipity, extraño nombre que, según ellos, significa accidente afortunado. Llegada la hora de la despedida, Sara, que cree en el destino, decide dejar que éste decida si ellos deben volver a verse. Años más tarde, cuando ambos preparan sus respectivas bodas, él en Nueva York, y ella en San Francisco, el destino se empeña en reunirlos otra vez.
Serendipity es una comedia romántica de corte clásico, que aspira a continuar la tradición de Tú y yo o, más cerca de nosotros, Algo para recordar y/o Tienes un e-mail. Sin ser brillante, el resultado es agradable y lanza una mirada mágica al amor responsable y al juego entre libertad y destino. El irregular Peter Chelsom (Funny Bones, Un mundo a su medida, Enredos de sociedad) es un director hábil para llevar a buen puerto una comedia amable, cuyas principales cualidades son su falta de pretensión y el abierto reconocimiento de sus fuentes de inspiración. Chelsom ha sacado buen partido de la pareja Cusack-Beckinsale, y ambos están perfectos en sus respectivos papeles, a la vez que dan una imagen convenientemente actual a este romance. Por otra parte, Chelsom aprovecha los decorados naturales que ofrece Nueva York, así como una sugestiva banda sonora, con varias baladas preciosas. Al margen de la acción principal, destacan Jeremy Piven, en el papel de mejor amigo de Jonathan, y Eugene Levy, con dos espléndidas intervenciones breves como vendedor de los almacenes Bloomingsdales.
La película tiene encanto, pero solo se puede recomendar a aquellos que hayan disfrutado con las historias protagonizadas por Tom Hanks y Meg Ryan.
Fernando Gil-Delgado