Boris es un tipo de cierta edad, profesor de física jubilado que pudo haber sido premio Nobel, divorciado, que intentó una vez suicidarse, y con una increíble labia para expresar su visión desencantada de la vida. Para él la mayoría de los mortales son simples gusanos, muy por debajo de su nivel. Una noche ayuda a una jovencita, la sureña Melodie, que ha huido de su conservador hogar hasta Nueva York. La chica se queda a vivir en su casa, aunque él al principio la mira por encima del hombro, no le parece atractiva y no demasiado inteligente. Pero con el roce de la convivencia surge algo entre ellos, e incluso el compromiso. Un día, inesperadamente, irrumpirá en sus vidas la madre de ella.
El Woody Allen de siempre. Buen contador de historias, ingenioso en algunos recursos -el protagonista hablando a cámara en varios momentos, incluido inicio y desenlace-, divertido… pero también cínico y desesperanzado, a vueltas con el amor y el desamor, la felicidad y la desdicha, el sentido de la vida y la religión. Si acaso algo cambia en la mirada de Allen es la senectud del protagonista: Boris, interpretado por Larry David, cómico conocido por la sitcom Seinfeld, y que deviene aquí en alter ego de Woody Allen, incluso con innegables paralelismos autobiográficos.
Un psicoanalista podría hablar seguramente de narcisismo y de coartada pergeñada por Allen para justificarse en el otoño de la vida, con ese principio que da título al film y que repite continuamente el protagonista, “si la cosa funciona”… La idea sería que cualquier decisión que se tome en esta vida sería correcta, si con ella se alcanza cierta tranquilidad, paz, equilibrio… aunque nada garantice que las relaciones o compromisos nacidos de tales decisiones vayan a durar un tiempo ilimitado. De modo que Allen da un giro argumental a las vidas de los distintos personajes del film, para ilustrarla, riéndose del racionalismo de Boris, y dando finalmente la razón existencial al puro azar.
No obstante, resulta significativo que, en plan iconoclasta, se conceda el beneficio de la duda de “si la cosa funciona” a una relación homosexual y a un ménage-à-trois, y no en cambio al cristianismo conservador de los personajes sureños, que Allen ridiculiza presentándolo como poco menos que un estadio mental infantil y frustrante.