Ahora que las bombas vuelven a caer sobre Bagdad parece más necesaria que nunca la enriquecedora reflexión sobre la guerra, más pacifista que antimilitarista, que plantea el escritor y periodista español Javier Cercas en su novela Soldados de Salamina, uno de los mayores éxitos editoriales de los últimos años. De ahí la oportunidad del estreno de su versión cinematográfica, una generosa producción de Andrés Vicente Gómez, muy bien interpretada, y escrita, dirigida y montada con buen pulso por David Trueba, autor hasta ahora de dos films poco interesantes: La buena vida y Obra maestra.
La protagonista de la película es Lola, una deprimida periodista de Gerona que, buscando un buen relato que contar, se obsesiona con la historia real del escritor Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la Falange. Resulta que, al final de la Guerra Civil, Sánchez Mazas fue detenido por milicianos catalanes y casi fusilado en la frontera con Francia. Pero escapó con vida y se refugió en un frondoso bosque. Allí vivió diversas peripecias y un encuentro decisivo. Al hilo de sus pesquisas y encuentros con personajes reales, Lola recupera la alegría de vivir y de amar, y refuerza el compromiso social de su trabajo.
David Trueba convierte en mujer al protagonista de la novela, y le asigna una depresión algo convencional y una artificiosa subtrama lésbica, puntualmente soez. Por otra parte, no saca todo el partido de la novela a la canción Suspiros de España. Sin embargo, estos defectos no arruinan la entidad dramática de la película, sustentada sobre todo en un guión muy sólido, con una visión socialista de la Guerra Civil, pero respetuosa con el bando nacional. Así se aprecia en la escena de la absolución a los que van a ser fusilados. A esto se añade una esmerada puesta en escena -muy bien apoyada por la fotografía, la música y el montaje- y unas emotivas interpretaciones, casi sin fisuras.
Jerónimo José Martín