Aun cuando la historia no sea grata, es una historia muy bien contada. Es, sobre todo, muy buen cine: sobrio y eficaz en la presentación y concatenación de las imágenes, con un guión plenamente armónico con ellas. La actuación es acorde con todo esto: los medidos diálogos, los colores apagados y oscuros, los paisajes ocres y fríos, el ritmo pausado, en el que hasta el grito y la violencia cobran una sonoridad mate, apagada.
Tenía que ser así, o bien, dejada de lado toda profundidad, convertir la película en un telefilm. Mario Camus, con su larga profesionalidad a la espalda -quizá treinta años de trabajo-, no podía sino decidirse por la seriedad.
Una mujer viaja en autobús, hace amistad con su compañero de asiento. Más tarde, él la busca y encuentra: en su relación, él confiesa que acaba de salir de la cárcel, y ambos descubren que han sido miembros de distintas organizaciones terroristas. El angustiado deseo de olvidar el pasado y la oculta persecución del hombre por miembros activos del terrorismo, levanta opresivas sombras de la antigua batalla en sus vidas, y desencadena una guerra, sobre todo interior, en la conciencia.
La acción se desarrolla en tierras portuguesas y fronterizas, de una dura y atractiva belleza, así como en la aún más espléndida ciudad de Oporto. De ahí que muchos actores secundarios sean portugueses, muy bien ajustados todos en sus breves cometidos. Por su parte, el actor principal (Joaquim de Almeida), llena de honda tristeza y dramatismo, de ternura, su papel de hombre equivocado y fracasado. Carmen Maura hace una mujer tensa, que lucha sola, mostrando así cuánto más ancha es su soledad. Hay un contrapunto amable en la figura de su compañero de trabajo -veterinarios los dos en varios pueblos-, aficionado a los pájaros y a la buena mesa (Fernando Valverde), y en la joven Sonia Martín y su mundo escolar y nuevo.
No es necesaria lección final. Esas oscuras y atormentadas vidas, sin más cobijo que sus propios brazos, sin más luz que el miedo y la irracional ansia de sobrevivir, son la más cruel y verdadera palabra.
Pedro Antonio Urbina