Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 40/15
A Suite francesa le sucede lo que a muchas buenas novelas adaptadas al cine: que la pantalla grande se queda muy pequeña. O, lo que es lo mismo, que al lector convertido en espectador la película se le queda corta, que lo que transmiten las escenas –por cuidadas que luzcan– está a años luz de lo que él sintió absorbido por la lectura.
Quien haya leído la magnífica novela de Irène Némirovsky echará de menos muchas cosas, demasiadas, entre otras razones porque no es fácil llevar al cine una novela que, desde su estructura –diferentes relatos– hasta su tono –intimista y construido en gran parte a través de diálogos interiores–, se resiste al proceso de simplificación que toda …
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