Un verano de los años setenta en un pueblo de Ohio, unos chicos de doce años, capitaneados por Joe Lamb y Charles, ruedan una película de zombies en super 8. Van a filmar la escena principal de noche, en una vieja estación de tren. Alice, compañera de instituto un poco mayor que ellos, interpreta el principal papel femenino y los lleva a la estación en el coche de su padre. Cuando empiezan a rodar son testigos de un accidente espantoso. Al día siguiente el ejército toma el pueblo y comienzan a ocurrir cosas raras.
Super 8, con sus noches llenas de misterio, los chicos rondando por el pueblo en bici, las antorchas, los prodigios… evoca las primeras películas de Spielberg –ET, Encuentros en la tercera fase–, productor de esta cinta y de Cuenta conmigo, de Rob Reiner, que también ha participado en esta película. Sin embargo, es una película original de J.J. Abrams, aunque al estilo clásico, con humor, acción, romance, aventura… y muy nostálgica.
La película cuenta en realidad dos historias. La primera –en mi opinión la mejor– es una de jóvenes, de su amistad y de sus problemas: Joe Lamb ha perdido a su madre y ni él ni su padre logran reponerse del golpe; Joe y Charlie se han enamorado de Alice, que también tiene problemas con su padre… La segunda historia es una aventura de ciencia-ficción hecha para responder a las expectativas del público moderno. Abrams no tiene prisa por desplegar efectos especiales, sino que juega con el suspense, con las alusiones, con la inteligencia del espectador, hasta llevarle al punto de unión de la historia de los chicos y la de los grandes. Los militares aparecen en la escena del accidente, y adivinamos que quieren encubrir algo; nadie sabe qué ocurre, pero los chicos han visto alguna cosa, y además está el cartucho de super 8 con su filmación, aún por revelar.
La conjunción no es perfecta. Después de la primera hora, el guión introduce elementos un poco forzados. Pese a ello, Super 8 es una película deliciosa, llena de nostalgia, y con unos personajes encantadores.