El californiano Tim Burton ha dado al cine contemporáneo una de las mejores filmografías y es considerado por muchos estudiosos como el cineasta norteamericano con el imaginario personal más rico y creativo. Sin embargo, patina, y mucho, con Sweeney Todd. La película está bien hecha pero carece de interés, a pesar de haber cosechado dos Globos de Oro y de aspirar a tres Oscars (actor, dirección artística y vestuario).
La historia es la de Benjamin Barker, un barbero injustamente enarcelado durante quince años, que consigue escapar y llega a Londres para vengarse del juez perverso que le robó a su mujer y a su hija. Está inspirada en un relato decimonónico y en su versión musical, que llegó a los escenarios de Broadway en 1979 de la mano de Stephen Sondheim.
Tim Burton opta por hacer un musical gore encerrando su película en unos parámetros que la perjudican notablemente. La estructura musical, lejos de agilizar la historia cinematográfica, en este caso la entorpece, y el tono gore difumina enormemente el característico “toque Burton”, que es tan beneficioso para sus películas. Nos referimos a ese toque que embellecía lo feo y daba a lo esperpéntico un aire poético. Aquí lo feo es feo, pero atravesado de una atmósfera pictórica de cómic expresionista que lo hunde en el gore. O se es Tarantino o se es Tim Burton, pero no los dos a la vez.
Probablemente Burton debería haberse separado de la historia tradicional del barbero asesino y haber propiciado una aproximación más personal, menos esquemática y menos reiterativa, que en el caso de los degüellos llega a ser aburrida y de complaciente feísmo. Es cierto que muchos seguidores de Burton están exultantes con el resultado, pero todos aluden al “aspecto” del film, y ninguno al valor de la historia como tal. En películas como Big Fish, Charlie y la fábrica de chocolate, incluso en Eduardo Manostijeras desbordan temas, matices, asuntos e ideas de interés. ¿Dónde están en Sweeney Todd? Se trata de un envoltorio como mucho llamativo, pero que esconde poca cosa.