El título de la película dice todo su contenido, y más sabiendo que Carlos Saura ha rodado Sevillanas y Flamenco; pero esta vez ha ensartado los bailes (siempre de tango, a veces en ballet) con un hilo dramático, que podría ser el de cualquier letra de tango, y que al fin se disuelve en la misma coreografía final, como mostrando a las claras que lo importante ha sido el baile, y el argumento, una excusa muy endeble.
El protagonista (Miguel Ángel Sola) es un director de cine al que acaba de abandonar su amante -la primera bailarina, toda fuego, Cecilia Narova-, mientras está preparando una película sobre el tango. El antagonista (Juan Luis Galiardo) es una especie de mafioso, que recomienda a su amante, una aprendiz de bailarina -la actriz Mía Maestro-, al director de cine… Con esto ya se ve por dónde puede ir la tragedia tanguera, que se disipará en el aire antes de explotar.
El todo y la cumbre de esta película está en los bailarines, en la coreografía, en la luces y colores y sombras, y en la captación del movimiento de los cuerpos (Gran Premio Especial Técnico para el Director de Fotografía Vittorio Storaro, en el Festival de Cannes 1998), ¡y en la música!, aunque casi dos horas de forma binaria y compás de dos por cuatro, por magnífica que sea, puede resultar un tanto… enfadosa; el espectador sale del plató sólo en las escenas del leve hilo dramático, que tienen la función de descanso de baile.
Pero si todo el baile es cumbre, pienso que la cúspide está en el dueto de Julio Bocca y Carlos Rivarola -de blanco y de negro-, un tango equívoco y electrizante. Como es electrizante siempre la aparición de Cecilia Narova, tanguista con desgarro aflamencado, y la elegancia de Juan Carlos Copes. Pero todo el reparto de bailarines- actores da un espectáculo soberbio y grandioso.
Pedro Antonio Urbina