La directora de la Filarmónica de Berlín, Lydia Tár (Cate Blanchett), se dispone a afrontar el mayor reto de su carrera profesional: grabar la versión definitiva de la Quinta de Mahler para la Deutsche Grammophon. Pero su vida personal y sus decisiones van a ir interfiriendo en su carrera musical con consecuencias imprevisibles.
La película de Todd Field tiene todo bueno… menos su guion. La interpretación de Blanchett es excelente –ganó el Globo de Oro–, y la puesta en escena brillante. Las escenas musicales –ensayos de orquesta, clases en el Conservatorio, conversaciones y discusiones sobre compositores…– son gratificantes, y la banda sonora ha recibido también, con justicia, el Globo de Oro.
Pero el guion no tiene –o no demuestra– una intención clara. Toca muchos palos y en ninguno se detiene o profundiza y, por si fuera poco, se nota el deseo pretencioso del director de hacer una película intelectual y simbólica. El resultado es que el espectador no sabe si querer u odiar a la protagonista, y como consecuencia no llega a empatizar con ella ni a penetrar en su mundo interior. En ese sentido, es especialmente elocuente la forma en la que se expone la homosexualidad de Tár. Ella vive con su pareja Sharon (Nina Hoss), que es primer violín de su orquesta, y con Petra, una hija adoptiva. Pero esas relaciones, como las que tiene con su secretaria Francesca (Noémie Merlant) y con la nueva cellista rusa Olga (Sophie Kauer), son ambiguas, están mal contadas y el espectador no consigue entenderlas bien. Por ello, la cinta –tras una primera parte muy prometedora– se va deslavazando a medida que avanza, para desembocar en un mar confuso y poco satisfactorio.