Inquieta quizá por la creciente y poderosa competencia, la sección de animación de la Walt Disney Pictures afronta arriesgados retos técnicos y narrativos en cada nueva película que produce. En Tarzán –su largometraje animado número 37– ha reunido a un equipo de primera fila para dar nuevo vigor a las clásica novela Tarzán de los monos, de Edgar Rice Borroughs, ya llevada al cine en incontables ocasiones. El resultado es sobresaliente.
Desde el punto de vista formal, lo más llamativo es el trepidante ritmo narrativo y la deslumbrante factura visual, sobre todo en las numerosas secuencias de acción. Todas ellas están magistralmente resueltas, gracias en primer lugar a los sugestivos diseños de los personajes, sobre todo del propio Tarzán, que ha sido supervisado por el veterano Glen Keane, sin duda uno de los mejores dibujantes actuales. A esto se añade una excelente animación, en la que ha sido decisiva una nueva técnica de integración de animación tradicional y en 3D, denominada deep canvas. Esta técnica permite la elaboración de fondos digitales con texturas muy realistas, así como espectaculares efectos de cámara, similares a los logrados con la steadycam en el cine de acción real. De este modo se han podido recrear por primera vez los movimientos animalescos y los complejos desplazamientos aéreos de Tarzán, tal y como fueron descritos por Borroughs.
De todos modos, el principal mérito de la película consiste en dar entidad dramática y cómica a estos vistosos fuegos de artificio. En este sentido, el medido guión y las cinco magníficas canciones de Phil Collins mantienen el difícil equilibrio entre la aventura, el humor, el romance, la tragedia…. Además, enriquecen el espectáculo audiovisual con una variopinta galería de personajes, cuyos conflictos dramáticos –delimitados por la lucha entre naturaleza y civilización, el respeto a la diferencia y la importancia de la familia– están planteados con hondura y capacidad emotiva.
