Esta película se vende como remake de la homónima de Abel Ferrara, de 1992. Pero tienen poco que ver, más allá del hilo conductor: un policía violento y adicto a las drogas, que debe resolver un caso terrible. La versión del alemán Herzog, con guión de Filkenstein, consiste en el asesinato de una familia senegalesa, incluidos dos niños, en Nueva Orleans después del huracán Katrina. De tan feo asunto, ligado al narcotráfico, se ocupa el teniente Terence McDonagh, enganchado a los estupefacientes para combatir su dolor de espalda.
Herzog, gran director, imprime a la narración un tono oscuro, acorde con la degradación moral del protagonista -un Nicolas Cage irregular, que varias veces cede al histrionismo-, que desea hacer justicia aunque se mueve en una dudosa heterodoxia -el fin justifica los medios, o así-, y que se engaña con sus adicciones. La trama se enriquece pintando la vida del padre alcohólico de Terence, o los intereses amorosos del policía, pero quedan hilos sueltos, como el personaje de Val Kilmer, que promete ser una poderosa presencia para desvanecerse hasta los últimos compases del film.
Destacan un par de escenas en que asoma el folclore sureño, pero cansa la violencia gratuita -los acosos a parejas, las amenazas a una anciana…-, que raya lo grotesco. En cuanto a los temas de culpa y redención, que tanto interesaban a Ferrara, aquí están más diluidos, se miran con ironía en el desenlace, un cúmulo de circunstancias coincidentes donde Herzog parece reírse, como si el film fuera para él un simple ejercicio de estilo.