Comedia de costumbres con estructura clásica, como la del viaje de la mañana a la noche por Madrid en Luces de Bohemia, de Valle-Inclán. Aquí la ciudad es Nueva York, y hay un prólogo: en la noche anterior al viaje parece apuntarse un problema en el matrimonio formado por Eliza y Louis. Comienza la mañana, y una comprometedora cuartilla caída de la ropa de Louis precisa el problema. Eliza, sola, va a casa de sus padres, y expone a todos su angustia. Los viajeros de lo cotidiano son los miembros de esta familia burguesa, de clase media: padre y madre, una hija soltera y su novio, y la hija casada, Eliza; todos -después de desayunar-, metidos en un pequeño automóvil, con la calefacción estropeada, viajan a Nueva York, donde trabaja Louis, para ayudar a Eliza. La investigación familiar termina en la noche avanzada.
Se desvelan este y, como sin querer, otros problemas latentes en la familia durante la larga jornada, y, por eso, comienzan a arreglarse. A través del humor, de diálogos corrientes, muy bien tomados de esa psicología universal en una familia tradicional, se va entrando en un terreno más profundo, el de la educación paterna y materna, la libertad y madurez personales, las heridas no curadas, el verdadero sentido de la familia…, siempre necesaria.
Era imprescindible para llevar adelante el paulatino surgir del drama que los actores fueran excelentes, y lo son. La cámara registra muy de cerca sus reacciones; su visión de la ciudad es también la de un Nueva York vulgar y callejero. La fotografía resulta en conjunto un tanto gris y borrosa. La música, expresionista y descriptiva.
Son comprensibles y justos los premios obtenidos por esta primera película: gusta verse reflejado a través del humor crítico y de un amable realismo, aunque éste ponga el dedo en algunas llagas, y duela.
Pedro Antonio Urbina