Janet acaba de ser nombrada ministra y ha organizado una fiesta en casa con sus más íntimos para celebrarlo. Sin embargo, su marido Bill se muestra taciturno y no para de beber. Además, Tom, banquero, que se ha adelantado a su esposa y se muestra inquieto, ha venido a la celebración con una pistola. Martha y Jinny son una pareja lesbiana que espera trillizos. Finalmente está la cínica April, que ha venido acompañado de su novio Gottfried, una especie de gurú partidario de la medicina alternativa.
Inspirada tragicomedia minimalista, rodada en espacio único, con los medios justos y en blanco y negro. Con solo siete actores podía ser perfectamente una obra de teatro. Y atrapa hábilmente muchos de los males de la posmodernidad. A lo largo de una trama que empieza con un misterioso plano, que solo se entiende al final, Sally Potter nos invita a seguir a unos personajes talluditos, existencialmente insatisfechos, que buscan mejorar el mundo, pero que tal vez deberían empezar por mejorar ellos, para lo cual han de creer que son capaces de hacerlo, más allá del postureo cínico al uso. De modo que temas como la amistad, el matrimonio, la fidelidad, el trabajo, el amor, la maternidad, las adicciones, la violencia, se plantean de modo vertiginoso, mostrando lo patéticas que pueden ser las personas, al ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.
El estupendo reparto se hace enseguida con sus personajes, y disfruta de una sencilla función que no aporta soluciones a los problemas, pero que hace pensar mostrando desnudo al emperador presuntamente vestido.
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