Cayuga, Nuevo México, hacia 1955, en plena Guerra Fría. Mientras la mayoría de sus 497 habitantes asisten a un partido de baloncesto, una adolescente operadora de teléfonos y el joven locutor estrella de la radio local investigan toda la noche un extraño ruido que se ha colado en una frecuencia, y que parece proceder del espacio. Varios oyentes les irán proporcionando pistas cada vez más inquietantes.
A Hitchcock le hubiera entusiasmado esta original e hipnótica ópera prima de Andrew Patterson, un tipo de Oklahoma, desconocido hasta ahora, que ha tardado tres años en estrenar esta película. Narrada fragmentariamente, como si fuera un episodio de una vieja serie televisiva de misterio, mantiene en todo momento una atmósfera escalofriante, al estilo de filmes ochenteros como Encuentros en la tercera fase o Poltergeist. Y lo logra principalmente a través de una llamativa puesta en escena, que exalta el relato oral a cámara anclada –largas parrafadas a lo Tarantino– y lleva al límite la intriga en largos planos secuencias con cámara subjetiva, travellings casi imposibles y un insistente fuera de campo visual y sonoro. Todo ello, humanizado con unas interpretaciones muy naturales, y aderezado con una música enfática y una espesa fotografía expresionista.
Una rareza, por tanto, quizás minoritaria y algo banal, pero muy sólida como ejercicio de estilo.
Jerónimo José Martín
@Jerojose2002