El trabajo mecanizado en la industria del acero hace enfermar a un obrero. Después de pasar por el hospital y la cárcel, conoce a una joven huérfana, de la que se enamora. Ambos lucharán por salir adelante.
Vista hoy, la película tiene una vitalidad y una frescura extraordinarias, en su habilísima conjugación de humor y lirismo, con una bella historia de amor que tiene como escenario las penurias de la gran depresión.
La sátira inicial sobre las penosas condiciones laborales en algunas industrias es sencillamente inolvidable, un prodigio se mire por donde se mira (y hay mucho que mirar). No le va a la zaga el final, uno de los más recordados de la historia del cine, cuando Charlot pide su novia que sonría y ambos caminan por un largo sendero, alejándose hacia el horizonte. Es la última película en la que Charlot aparece como personaje y supuso la transición de Chaplin al sonoro, con una banda sonora llena de divertidos ruidos y con una célebre canción en un idioma inventado.