Hoy resulta ya difícil, contando con medios técnicos, realizar una película que no tenga buena presentación. En Tierra se ha dispuesto de muchos: excelente fotografía de los fuertes paisajes, secos y sobrecogedores; y un vestuario que entona con sus rojos y ocres, siena y amarillos; efectos especiales: rayos, tormentas, lluvia…, perspectivas insólitas. Música, y sonido perfecto. Luces y contrastes. 125 minutos debían ser llenados con algo más, puesto que fue presentada en competición al Festival de Cannes 1996.
El guión es a veces un discurso proselitista en off: la vida del hombre sobre la tierra es tierra, la muerte es nada, y tras ella no hay más. Con frecuencia es un monólogo del actor principal (Carmelo Gómez) que se desdobla en un impreciso uno y en un indefinido otro. Llega a las zaragozanas tierras de Cariñena a fumigar viñedos. Tranquilamente desesperado, desequilibrado, queda incluso insuficiente su indecisión ante una mujer rubia -¿amor?- y una mujer morena -¿deseo?-. Los personajes resultan confusos por deficiencia, sin trazo creíble, entre un violento realismo rural y una amoralidad postiza; a falta de otra fuerza, lleva al borde de lo pornográfico el endeble desenlace.
Pedro Antonio Urbina