Un día de nieve, un joven escritor atropella a un niño. Muchos años después, el fantasma de aquel accidente persigue al autor encerrado en un bloqueo existencial y artístico que le impide no solamente publicar sino relacionarse con quienes, hasta ese momento, formaban parte de su vida.
Se esperaba mucho de la vuelta del veterano cineasta alemán Win Wenders, que llevaba siete años dedicado a rodar documentales (casi todos ellos magníficos). Sin embargo, Todo saldrá bien es una borrón en la valiosa filmografía de Wenders.
Después de un prometedor arranque (esos paisajes nevados y ese accidente contado en dos tiempos: espeluznante la elipsis del segundo tiempo), la narración empieza a girar sobre sí misma o, lo que es peor, sobre James Franco. Es cierto que, parte del problema de Todo saldrá bien es pretender que un actor tan limitado pueda sostener un drama fundamentalmente psicológico. Pero la culpa no es solo de Franco. Su personaje es errático, pero también lo es el interpretado por Charlotte Gainsbourg (y aquí no hay un problema de falta de talento). Y es errático el guion, que fluye (aunque aquí fluir es un verbo demasiado generoso) entre silencios, miradas supuestamente reveladoras, sucesos caprichosos e inverosímiles y líneas de diálogo que pretenden ser trascendentes y se quedan en frases impostadas y artificiales, cuando no ridículas.
Reconozco que, como quien firma la película es un maestro y no un advenedizo, a lo largo de los casi 120 minutos que dura la historia, me vi perdonando muchas cosas y dando oportunidades para que la cosa remontara, esperando que en algún momento, y a través del tedio que se apoderaba del espectador (que era yo), resurgiera el Wender de París, Texas, de Cielo sobre Berlín o de Tierra de abundancia. Esperé inútilmente. Los maestros también patinan. Y esta película es solo un ejemplo de esta evidencia.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta
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