Director: Ridley Scott. Guión: Todd Robinson. Intérpretes: Jeff Bridges, Caroline Goodall, Scott Wolf, Jeremy Sisto, Balthazar Getty, David Lascher. 127 min.
Subespecie marítima de El Club de los Poetas Muertos, inspirada en un hecho real. En 1960, un grupo de jóvenes de buenas familias iniciaron un viaje en el buque escuela Albatross. Se trataba de un selecto curso de la Academia Océano, dirigida por Christopher Sheldon (Jeff Bridges), el carismático capitán del barco, al que acompañaban su mujer, la doctora Alice Sheldon (Caroline Goodall), y el profesor McCrea (John Savage). Lo que se prometía un fructífero periodo de formación académica, marítima y humana, se convirtió en una tragedia cuando el barco fue devastado por un singular fenómeno atmosférico llamado tormenta blanca. El hecho llevó al capitán Sheldon a los tribunales.
El guión de Todd Robinson se centra en la evolución de cinco de los jóvenes tripulantes del Albatross, cada uno con sus problemas y traumas personales. Para todos, el periplo se convertirá en un viaje iniciático que les enfrentará con la necesidad de madurar y asumir responsabilidades.
El argumento ofrecía muchos alicientes. Por un lado, se trataba de un cóctel de aventuras, melodrama y trama judicial, con grandes posibilidades dramáticas. Y, además, permitía una reflexión a fondo sobre un gran tema: la educación de los jóvenes. Sin embargo, en ninguno de estos aspectos la película es plenamente satisfactoria.
Por un lado, Ridley Scott insiste en el estilo preciosista, publicitario y premioso que ya empleara en 1492. La conquista del paraíso. De modo que el brillante envoltorio visual carece a menudo de verdadero contenido dramático, y la acción se ralentiza. Este defecto se disimula con la bellísima fotografía de Hugh Johnson y con las convincentes interpretaciones de Jeff Bridges y de un elenco de jóvenes actores con gran futuro. Pero, en realidad, tan sólo la magnífica secuencia de la tormenta y algún que otro momento intimista alcanzan la alta calidad que Ridley Scott logró en sus primeros trabajos.
Por otra parte, la reflexión que hace la película sobre la educación resulta epidérmica, contradictoria y sin un cimiento intelectual y moral sólido. Así, a la vez que se elogia la disciplina, el trabajo sacrificado y la amistad, se dan por normales, con frívolo permisivismo, las obsesiones sexuales de algunos de los jóvenes, y en concreto de su líder, un chico solidario e inteligente, pero que se lía con la primera chica que encuentra. Esta misma pobreza se aprecia en la absoluta ausencia de Dios -sustituido quizá por una Naturaleza a la vez fascinante y temible- y en el oscuro retrato que se hace de todos los padres de los jóvenes, cada cual más impresentable; como si fuera imposible encontrar modelos de conducta dentro de la familia.
En fin, la película muestra la inconsistencia ética de tantas bienintencionadas utopías actuales, que reducen la naturaleza humana y limitan el ámbito de la educación a lo puramente sentimental.
Jerónimo José Martín