Alos tres años de huir de Madrid con el botín de unos mafiosos, el impresentable detective José Luis Torrente reaparece en Marbella montado en un Ferrari y embutido en una chaqueta de leopardo. Allí se pega la gran vida hasta que pierde todo su dinero en un casino y se implica accidentalmente en una violenta trama internacional de tráfico de armas.
Si ya la primera parte era cutre con avaricia, esta bate records y cumple a la letra su frase promocional: «Nunca segundas partes fueron peores». Al menos, en la primera Tony Leblanc y Javier Cámara aportaban un poco de entrañable humanidad, cercana al tono amable de las comedias costumbristas españolas de los años 50 y 60. Pero aquí, el segundo solo aparece en un cameo, y el veterano actor cómico da vida a otro personaje impresentable, totalmente indigno de su prestigio. Así que sólo quedan groserías a destajo, casposas escenas de sexo y trepidantes secuencias de acción, bien rodadas por Juanma Bajo Ulloa, que ha dirigido la segunda unidad.
Jerónimo José Martín