Los trolls son unas criaturas pequeñas, con largas melenas de brillantes colores, cuya única ocupación es ser feliz y manifestarlo cantando, bailando, celebrando cualquier cosa. Sus vecinos, los bergens, son unos gigantones feos y tristes, que solo consiguen ser felices un día al año, cuando comen troll. Con ese supuesto ya tenemos una historia: cómo los trolls huyen de los bergens, cómo son atrapados, y las aventuras de Poppy, princesa troll, empeñada en rescatar a sus amigos.
El último producto de la división de animación de DreamWorks, es especial: concebido como un simple divertimento para pequeños, funciona de maravilla y puede atraer a un público más amplio. A los trolls les sobra encanto, y la película les deja lucirse a base de canciones y bailes; entonces el pequeño drama se convierte en un musical lleno de éxitos de los sesenta y setenta, seleccionados por Justin Timberlake. La animación es excelente, con texturas de peluche y plastilina. El guion se inspira en cuentos clásicos, y lo hace con acierto, remozando con ingenio los elementos viejos.