Director: Ridley Scott. Guión: Marc Klein. Intérpretes: Russell Crowe, Albert Finney, Marion Cotillar, Tom Hollander, Freddie Highmore. 118 min. Adultos. (XSD)
La única forma de no contar el final de la última película de sir Ridley Scott es no decir casi nada, ni siquiera del principio porque, desde el minuto uno, sabemos cómo acabará el despiadado «broker» protagonizado por Russell Crowe, que dejará la Bolsa por unos viñedos de la Provenza Luego, como marcan los cánones, hay una historia de familia y una pseudo-historia romántica. Sin ningún tipo de disimulo, el film se instala, desde ese mismo minuto uno, en los raíles de lo absolutamente previsible.
De la simplicidad del argumento -que a veces raya la insulsez- se puede acusar a Peter Mayle, un publicista amigo de Scott que un día plantó los bártulos para disfrutar de la buena vida y contarlo en sus novelas mitad cuento-mitad guía turística.
El guionista de «Serendipity» ha sido el encargado de trasladar la novela de Mayle a la pantalla y no consigue levantar del estereotipo a unos personajes que parecen salidos de unos dibujos animados -de los malos-. Los personajes femeninos asumen meros papelones de comparsas, en clave de prima americana «sexy» y corta o de rebelde e independiente francesa que tarda media cena en rendirse a los encantos de un Crowe cada vez más fornido.
Sí, la Provenza es bonita y está bien fotografiada y no se debe de vivir mal allí pero, en medio de tanto viñedo iluminado, tanto recurso de dudosa explicación (hay tomas, efectos de montaje y acompañamiento musical más propios de un «videoclip») y tanto diálogo plano -con ínfulas de filosofía «easy-wear»-, cuesta un poco descubrir al gran director que fue Ridley Scott. Aunque esto no es nuevo teniendo en cuenta algunos de sus últimos títulos. Poniéndonos en lo mejor quizás sólo sea una larga, muy larga mala cosecha.
Ana Sánchez de la Nieta