Hermosa película minimalista, teñida de conmovedora melancolía. Transcurre en una pequeña población rural de Polonia, durante el verano. El pequeño Stefek, de seis años, acompaña a su atractiva hermana Elka, de diecisiete, en sus esfuerzos por lograr un trabajo en una institución de la Unión Europea. En la estación de tren coinciden cada mañana con un tipo que Stefek se empeña en identificar con su padre, que abandonó a la familia cuando él era un bebé. ¿Será verdad o una pura fantasía? Los días de la canícula transcurren lánguidos para Stefek, entre sus elucubraciones, sus juegos con soldaditos de plomo en la vía o con unas monedas, su actitud de lapa pegada a la hermana, a la que un joven tira los tejos…
Andrzej Jakimowski entrega una historia conmovedora, sencilla y lírica, de una sensibilidad que conecta con la mejor tradición del cine de la Europa del este, con momentos para la lágrima y para la sonrisa. El director y guionista ha buceado en sus propios recuerdos para componer la narración fílmica. Destacan los juegos en que hermana y hermano ayudan al azar a conseguir sus metas -la libertad tiene su papel, esencial, en la “comedia humana”-, con escenas tan poderosas como la de la bolsa con restos de comida que debe ir a parar a la papelera, la de la compra de unas manzanas, y, sobre todo, el emocionante desenlace.
El ambiente del pueblo está muy bien recogido, con el tipismo de sus gentes, o las palomas revoloteando. Y se atrapa el mundo infantil del protagonista, donde se señala con acierto cómo afecta la ausencia paterna. Los actores, la mayoría no profesionales, entregan magníficas interpretaciones, aunque obligado es destacar al niño Damian Ul y a su hermana en la ficción Ewelina Walendziak.