Un Festival con altura, un palmarés acertado

GÉNEROS

El Festival de San Sebastián ha cambiado de rumbo. En la edición del año pasado ya percibimos nuevos aires, con suficientes películas de apreciable calidad formal y argumentos con interés humano. La 55 edición ha seguido en esa línea, siendo aún mejor que la anterior. Además han desaparecido las arbitrariedades en el palmarés, frecuentes en los años pasados. El jurado, integrado por los actores Pernilla August, Nicoletta Braschi, Eduardo Noriega y Susú Pecoraro; los directores Bahman Ghobadi (ganador en dos ocasiones de la Concha de Oro) y Peter Webber (La joven de la perla), y el escritor Paul Auster, que lo presidió, ha concedido unos premios bastante razonables.

La Concha de Oro a la mejor película fue para A Thousand Years of Good Prayers (Mil años de oración), dirigida por el hongkonés Wayne Wang, figura clave del cine independiente americano. Narra una historia sencilla: el Sr. Shi, jubilado de Pekín, viaja a EE.UU. para cuidar a su hija, que acaba de divorciarse.

Bien realizada, la cinta tiene como telón de fondo el tema de la comunicación y la soledad, sin apenas conflicto, con un guión equilibrado, tierno y minimalista. Los 83 minutos transcurren con agilidad, con un estilo que mezcla elementos del cine chino y del cine norteamericano de estudio. Henry O, premiado como actor, tiene un encanto muy especial a la hora de transmitir los valores de su personaje: la alegría de vivir, el valor de lo pequeño, el amor a su mujer.

Las dos películas españolas han dejado muy buen sabor de boca porque tienen gran calidad cinematográfica y humana: cuentan cosas que importan y las cuentan muy bien. Sin embargo y a pesar de lo dicho, Mataharis, dirigida por Icíar Bollaín, es la gran perdedora de este certamen, al no conseguir ningún premio. Siete mesas (de billar francés) obtuvo dos galardones: guión y actriz, una excelente Blanca Portillo.

El Premio del Jurado al mejor guión (ex aequo) fue para el veterano John Sayles, por Honeydripper, una película con bonita fotografía, pero lenta y que, en general, gustó poco.

El premio al mejor director fue para Nick Broomfield por Battle for Haditha, una película que cuenta un episodio de la guerra de Irak. En noviembre de 2005 unos insurgentes iraquíes bombardean un convoy norteamericano y matan a un oficial muy querido por la tropa. Enfurecidos, los marines llevan a cabo una brutal venganza, matando indiscriminadamente a familias enteras, hasta 24 personas.

La película, que tuvo un éxito moderado en su presentación, cuenta con algunos aciertos, sobre todo con un guión bien estructurado, que sabe manifestar acertadamente las diferentes posturas, los sentimientos encontrados de las facciones opuestas en el conflicto.

Además, hay que destacar el Premio Especial del Jurado a la película Buda explotó por vergüenza, de la jovencísima directora iraní de 19 años Hana Makhmalbaf, hija del conocido director Mohsen Makhmalbaf (Kandahar) y hermana de la también directora Samira Makhmalbaf (A las cinco de la tarde). La cinta muestra acertadamente los problemas de la sociedad afgana, vistos a través de los ojos de una niña de seis años, que por encima de todo quiere ir al colegio, siendo presa de las “perrerías” de niños algo mayores que se autodenominan talibanes. Con pocos recursos y escasos diálogos, la debutante consigue transmitir el alma de un país en ruinas.

El Premio a la fotografía fue para Charlie Lam, por la película china Exodus, una cinta discreta sobre un policía de Hong Kong que, a raíz de una declaración rutinaria, comienza a investigar sobre una conspiración mundial de mujeres para acabar con todos los hombres. Otras películas como Promesas del Este, La mansión y Free Rainer, pese a no haber recibido ningún premio, son cintas valiosas.

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